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domingo, 24 de mayo de 2009

La Revolución: ámbito, etapas y pilares

A la hora de hablar de una Revolución, que determine el resto de la construcción teórica, es conveniente primero centrarse en la acción, después, delimitar el ámbito en la que esta tendrá lugar y advertir que una revolución no debe ser nunca nacionalista, sino Patriota Socialista, pues somos conscientes de que estamos en un orden mundial y que todo lo ajeno a él muere de abandono. Se trata, pues, de asegurar la subsistencia y de conseguir cambiar, ya no nuestra comunidad, sino todas.
Como se ha apuntado desde el área identitaria, podemos hablar de tres círculos de identidad: tierra natal, nación y Europa. Nosotros somos europeos por nacimiento y por vocación, pero además por devoción; consagramos la lucha a la Idea de España; y defendemos nuestra identidad, que entre otras cosas está en nuestra tierra natal y sus tradiciones.
El actual estado del mundo, de sus sociedades, no permite otro camino que el de una revolución, que no es menos que el cambio aproximadamente violento en la historia de un pueblo con el que se transforman radicalmente su vida y valores por afectar aspectos culturales, sociales, religiosos, económicos y políticos. No se trata ya de fundar una tercera vía teórica, sino de presentar una alternativa práctica.
Revolución… La mala fama que pueda tener este vocablo y lo que con él se expresa viene del aburguesamiento social y de la destrucción sistemática de sus psiques, hoy idiotizados y triturados con una tendencia impuesta a la comodidad que rechaza toda lucha. Por eso, pero no solo por eso, hay que desnudar la revolución de parafernalias e historicismos que se prestan a confusión y “sacarla del armario de los grupos de pistoleros profesionales y de los provocadores a sueldo”. Hay que ligar la idea de revolución a la de un proceso de renacimiento, de regeneración, a una etapa de auténtico Resurgimiento. Hacer ver que Revolución significa mejorar, no solo cambiar.
Todo proceso revolucionario cuenta siempre con tres etapas, de las que se derivan diferentes modos de actuar, que corresponden a la creación, proposición e implantación.
Fase ideológica y filosófica: es la más importante y la que más tiempo y dedicación requiere. Solo pueden llevarla a cabo determinadas personas, que después serán la élite del pensamiento del nuevo movimiento. Obedece a un largo proceso de educación y creación doctrinal que marca las directrices del futuro grupo de acción política. Sin una base doctrinal sólida la lucha nacerá de una negación y rechazo de algo, será por reacción, con lo que al final solo reclutará a rebeldes profesionales.
Desde 1945, con el final de la guerra contra Alemania, tanto el marxismo como el fascismo han vendido -a excepción de dignísimos casos- su doctrina y se han perdido en luchas infértiles al limitarse en la mayoría de los casos a defender, respectivamente, un antifascismo y un antimarxismo primario y lejos de todo razonamiento lógico. Es un claro ejemplo de cómo no hay que hacer las cosas.
Fase de lucha y conquista: está marcada por el proselitismo político y la propagación de las ideas por todos los medios. Es el momento de coger la fuerza necesaria para plasmar en la realidad lo que antes estaba en el plano de las ideas y, ya sí, de presentar combate a los enemigos. Pero no se hará ya fundando la acción en la misma acción, sino en el pensamiento.
Quien dirige esta fase no tiene por qué ser la élite del pensamiento, aunque es lo deseable, porque los fines son distintos. En esta fase se pueden llevar a cabo apoyos o alianzas temporales que, aún pudiendo ser incoherentes ideológicamente, son útiles en la práctica política. El contacto con los grupos de ideología parecida o con posibilidad de acercamiento -"socialistas" de todo tipo, "patriotas" de toda índole- solo puede ser rentable en el momento en el que se dispone de un órgano de acción, una base social y un cuerpo doctrinal formado que eviten desvíos lamentables y ser absorbidos por el otro grupo.
Fase de afianzamiento: corresponde esta al periodo jurídico-político. Tras el triunfo de las ideas con la conquista del Estado, que es el fin de toda acción política, llega el momento de la verdadera Revolución. Para ello, los dos campos más importantes son la economía y la educación. La primera exige un cambio radical que forme a la juventud en los verdaderos valores (que toda revolución dice defender). La revolución económica, sin embargo, no puede realizarse caprichosamente ni con pretensiones de eficacia inmediata; hay que trasformar sin destruir.
Una vez llevado a cabo ese cambio, hay que saber que no se es revolucionario para simplemente luchar o conquistar, sino que se es siempre. No basta con llegar a un sitio, de lograr algo -el Poder-, hay que permanecer en el estado dinámico de constante autocrítica, reconfiguración y perfeccionamiento.
La Juventud -no como segmento social de edad determinada, sino como valor: aquellos con voluntad de futuro y entrega, los jóvenes de espíritu-,que es “la arcilla fundamental” de toda revolución, es quien por medio de una férrea voluntad de espíritu renacentista podrá hacer posible ese resurgir necesario.
La refundación de Europa no será posible si no se devuelve a su Cultura el puesto y la dignidad que merece con la fuerza evocadora de nuestra ascendencia grecorromana. Solo apelando a un resurgimiento cultural podemos decir que luchamos por nuestra identidad.
Para ello, solo hay un camino: la acción, fruto de la entrega y de esa férrea voluntad de que antes hablaba. Y la acción tiene dos campos: la intelectual y la directa. La palabra y la obra. Hay que recuperar esa vieja consigna: ¡Pensamiento y Acción!

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